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miércoles, 28 de mayo de 2014

COLUMNA: México en Cannes


Los festivales de cine despiertan siempre un entusiasmo genuino entre la comunidad cinematográfica. Al día de hoy son MUCHOS los festivales que tienen lugar a lo largo y ancho del mundo, ocupando cada día de la agenda anual con sus múltiples actividades. Tan sólo en México, actualmente tenemos más de 80, y no exagero al asegurar que hay de todo y para todos los gustos: festivales de cine independiente, de cine universitario, de cine mexicano, de cine extranjero, de cine digital, de cine documental, de cine con perspectiva de género, de cine de terror, de cine experimental, de cine con temática homosexual, de cortometrajes y un largo etcétera.

A pesar de esta gran diversidad, son pocos los festivales que realmente logran consolidarse y demostrar su relevancia en este ámbito. El número de festivales cinematográficos que nacen año tras año y que mueren apenas en su primera o segunda edición es muy considerable.

Pero dentro de ese universo festivalero que nos rodea, hay sólo un rey indiscutible. El festival al que todos deben “parecerse” en mayor o menor medida. El festival que dicta las tendencias, que nos presenta el cine del que estaremos hablando el resto del año (y del que se nutrirán muchos otros festivales y muestras) y que siempre atrae a los cineastas, productores, compradores y distribuidores más importantes del mundo. En el centro de todo está el festival de Cannes, y alrededor de él, giran los demás.

El bien llamado “mejor festival de cine del mundo” acaba de finalizar este domingo su edición número 67. Cannes no es el festival de cine más antiguo, ese título lo tiene Venecia (que este año cumple 71 ediciones), otro de los festivales más importantes y nombrado de “Clase A” por a Federación Internacional de Asociaciones de Productores de Cine (FIAPF), junto a otros grandes como Berlín y San Sebastián.

En fin, que esta recién concluida edición 2014 de Cannes resaltó como siempre por varias cosas: primero, una Selección Oficial de cuestionable calidad en mayor parte, un Godard de 83 años mostrando la película más novedosa de la competencia, un canadiense de apenas 25 años (Dolan) siendo ovacionado por su película “Mommy”, un palmarés muy complaciente (con apenas un par de sorpresas), y claro, ¡la ausencia de México en las secciones principales!

México ha tenido una participación importante en el festival de Cannes desde hace mucho tiempo. ¿Cuánto? ¡Desde su primera edición! En 1946, cuando nace el festival de Cannes, la cinematografía mexicana vivía un gran momento y era la más importante en el idioma español. Ese año la película “María Candelaria”, el clásico de Emilio “el Indio” Fernández, protagonizado por Dolores del Río, fue la representante de nuestro país.

Otro gran protagonista representante de México en Cannes fue Luis Buñuel, quien presenta por primera vez en el festival francés, en 1951, la estupenda “Los olvidados”, por la que obtiene el premio al mejor director. Diez años después (en 1961), su película “Viridiana”, protagonizada por Silvia Pinal, recibe la Palma de Oro.

Y de ahí nos vamos hasta 1994, cuando Carlos Carrera gana la Palma de Oro de cortometraje por “El héroe”. En 2005, Guillermo Arriaga obtiene el premio al mejor guion por “Los tres entierros de Melquiades Estrada”, de Tommy Lee Jones. En 2006, Alejandro González Iñárritu es reconocido como el mejor director por “Babel”, mientras “El violín”, presentada en la sección Un Certain Regard, le da a Ángel Tavira el premio de interpretación masculina.

En 2007, “Luz silenciosa” de Carlos Reygadas obtiene el Premio del Jurado y el cortometraje “Ver llover”, de la mexicana (entonces aún estudiante del CCC) Elisa Miller, gana la Palma de Oro.

“Año bisiesto” de Michael Rowe recibe la Cámara de Oro a la mejor ópera prima de Cannes en 2010. “Después de Lucía” se alza con el premio Un Certain Regard en 2012, y Carlos Reygadas es premiado como mejor director por “Post tenebras lux”.

Apenas el año pasado, el guanajuatense Amat Escalante logra también el premio al mejor director por “Heli” (dos premios de dirección consecutivos para México), y “La jaula de oro”, de Diego Quemada-Díez, el premio al mejor reparto.

Una buena racha, ¿no? Pero bueno, no puede ser así siempre. Este año la presencia de México se mantuvo muy al margen, lejos del reflector principal, principalmente limitada a actividades de industria en Le Marché du Film (proyecciones para compra-venta de películas, contratos de distribución y/o coproducción, etc.) y al parecer algunos cortos en el amplísimo catálogo del Short Film Corner. La participación más relevante, que en broma con mis amigos vimos casi como “premio de consolación”, fue la de Gael García como miembro del Jurado principal y Daniela Michel, directora del Festival Internacional de Cine de Morelia (el más importante de por acá) como parte del jurado en la sección Semana de la Crítica.

El festival de Cannes 2014 ha quedado atrás, y para nosotros los mortales que no visitamos ese paraíso, no nos queda más que esperar a que las joyitas allá presentadas se vayan acercando poco a poco a México en los próximos meses, ya sea a través de distribución en salas, festivales (Morelia prácticamente trae lo mejor de Cannes en octubre) o muestras. Nosotros, los cinéfilos, seguiremos con los ojos puestos en la Riviera francesa por mucho, MUCHO tiempo más.


Columna para Guanajauto Informa

viernes, 16 de mayo de 2014

¿De qué va la peli, si el cine son historias?


Durante un tiempo, el año pasado, tuve la oportunidad de impartir clases de cine en una escuela particular, en las secciones de secundaria, preparatoria y universidad. Cada vez que iniciaba clases con un nuevo grupo, luego de presentarme rápidamente, comenzaba con la pregunta: “¿Qué es para ustedes el cine?”

Siempre venía un silencio prolongado luego de lanzar la interrogante, y yo lo entendía, es difícil ser el primero en hablar en una clase nueva con un profesor nuevo. Cuando al fin algún valiente pronunciaba la primera (y titubeante) respuesta, poco a poco los demás iban dando también sus opiniones. Esas primeras respuestas, en todos mis grupos (unos ocho entre todas las secciones), partían de lo mismo: “Es una historia que…”

Siendo sincero, mi plan era obtener de ellos la idea más básica al principio: “el cine son imágenes en movimiento”, para de ahí arrancarme con todos los precursores, desde la pintura con vocación cinemática, hasta llegar Edison y los Lumière. Pero hay que ser realistas, el cine para la gran mayoría de las personas, son HISTORIAS.

Desde que estaba en la secundaria me sentí atraído por el cine, pero no fue sino hasta mucho después que comprendí que mi verdadera “pasión” son las historias. Y las historias contadas a través de una película son mis favoritas. Digamos pues que mi amor ha estado siempre en el cine, pero cuando te das cuenta de que el cine son muchas cosas, aprendes a casarte con uno de sus apellidos, en este caso, con el llamado “cine narrativo”.

A los 17 tuve mi primer acercamiento real con el “séptimo arte” al tomar mi primer curso de guion: “De la idea a la historia cinematográfica”, y luego su continuación: “De la historia cinematográfica al guion”, ambos impartidos por el CCC en el Centro de las Artes de Guanajuato. Comencé a entender el cine a partir del guión y, luego de vivirlo desde muchas de sus otras facetas, ahí decidí quedarme. Creo que por esta razón, desde muy joven, aprendí a vivir en paz dentro de ese limbo en el que habita el guionista. Ese territorio ambiguo entre el universo del escritor y el del cineasta.

Anoche, por ejemplo, la señora que vende quesadillas por mi casa me preguntó: “¿Y usted qué estudia, joven?”. “Cine”, le respondí, y hasta sonrió. “¡Órale! ¿O sea que va a ser un director?”. Supe entonces que la posibilidad de recibir una quesadilla (sin queso, como es costumbre en el DF) gratis, desaparecería por completo al responder: “No, señora. Guionista. Me gusta escribir películas”. La mujer emitió un débil: “Ah” y continuó haciendo tortillas.

Yo ya estoy acostumbrado a este tipo reacciones. Ojalá sólo vinieran de señoras que venden comida, pero prácticamente cualquiera que se entera de pronto que te dedicas al cine, se te acerca con cierto entusiasmo y cuando le cuentas que no eres director, se decepciona. “¿Pero sí vas a dirigir luego, no?”

Beatriz Novaro, una de mis maestras en aquéllos primeros cursos de guión que tomé, dice en el prólogo de su libro Re-escribir el guión cinematográfico: “El mejor guion es el que no se nota, el que entra como un guante, el que es invisible en la pantalla”. ¿Será entonces que, el guionista al igual que su guion, está destinado a desaparecer? ¡Pues eso parece!

En un mundo donde el cine es mayormente narrativo, y donde el público lo identifica como una fuente transmisora de historias, ¿por qué al guionista se le suele rechazar como autor? Un conocido director (y también guionista) me dijo un día: “El guion no es una obra terminada, es sólo transitoria. Y tampoco puede ser literatura porque es una escritura pedestre”. Cuando le conté esto a una amiga y gran guionista, le pareció horrible: “Hasta la palabra suena feo, ¡como a pedo!”. Reí mucho.

Tengo conflictos con el director que sólo piensa en lo que tiene que decir y no en lo que tiene que contar (ni el público al que se lo quiere contar). Que hacen cine sólo por autosatisfacción. O peor, que hacen cine para “demostrar” sus cualidades tras la cámara, películas absolutamente frías, desalmadas, pretenciosas. Directores que fabrican bellísimos autos, pero sin motor (algo así dijo una vez Stephen King).

La metáfora de Paula Markovitch me gusta mucho, donde la película es un viaje, el guion (bueno, el “texto para cine”) el barco y el director el capitán. Lo que dice es que aquí, no importa cuántas órdenes del capitán, si el barco está averiado, naufraga.

A veces creo que los directores se han inventado un montón de cosas en la práctica para “justificarse” como autores de la película. Que si la cámara la pongo aquí en vez de acá (cinco centímetros a la derecha), para reforzar la intención de… Que si un pequeño rayito de luz le da en el ojo izquierdo para remarcar que el personaje... Que si este lente en vez de este, para dar una sensación de… Que si en blanco y negro, o a color, o usar sólo dos colores, o tres... Que si contra-pico un poquito la toma o mejor pongo la cámara al ras de suelo y acentuar el… ¡Ojo! Todo esto es valiosísimo en el cine y absolutamente necesario, pensar en cada detalle que retrate la cámara y en cómo lo retratará. Pero todos estos ejemplos, TODOS, vienen en respuesta a esa pregunta que repetidamente se hacen los realizadores: ¿De qué va la peli? Es decir, que la forma se subordina a la narración, que primero está el guión. Primero la historia y lo demás en función de ésta. Entonces, el guionista… ¡Ah no, él sólo nos entregó una guía!

Es un tema complejo, pero antes de finalizar, recordar que aquí estoy hablando específicamente de ese “cine narrativo” por el que siento afinidad. Porque si se despierta esa legendaria discusión, y luego me empiezan a decir que no sé qué cineasta no usa guiones (y por eso el guionista puede ser autor), es cierto, pero porque la intención de dicho cineasta nunca fue usar las herramientas del cine para contar una historia. Ahí las condiciones son otras. (Y, de cualquier forma, siempre hay un guion).

Y mejor pararla aquí antes de que empiece a hablar contra los que defienden una “naturalidad” en el cine y por eso usan a no-actores y no les dan el guión a leer para obtener “sinceridad” en su trabajo. Ahí sí, rápido: el cine es ARTIFICIO, siempre. Punto.

Amigos guionistas, sé que se puede vivir en paz en este limbo, ¿pero por cuánto tiempo?


Artículo ganador del 1er. Concurso de Periodismo Guionístico en guionnews.com

miércoles, 14 de mayo de 2014

COLUMNA: Cuarón, cine y energéticos


A estas alturas todos conocemos el caso: el director de cine Alfonso Cuarón, ganador de dos óscares este año por su estupenda película “Gravity”, envió hace unos días al presidente Enrique Peña Nieto 10 preguntas sobre la próxima reforma energética con la idea de aclarar este tema a la gran mayoría de los ciudadanos mexicanos (a través de sus respuestas).

La reacción por parte de medios y población fue muy buena en un principio, hasta que poco a poco comenzaron a surgir las voces negativas. Porque sí, estamos muy acostumbrados a resaltar ese “negrito en el arroz”, porque siempre es mucho más divertido hablar mal que bien de algo o de alguien. Se siente una mayor satisfacción.

¡Ah, la deliciosa controversia! Además, así nos vemos más inteligentes, ¿no?: dudando, sospechando, desconfiando, cuestionando, condenando.

Una de las primeras opiniones contra el “atrevimiento” de Cuarón, fue la de un tal Carlos Mota en “El Financiero”. Y así como a Doña Lucha, “se me está yendo de lado la boca” nomás de recordar su columna otra vez: “Siempre me he preguntado qué tienen que hacer novelistas, cineastas, pintores, escultores, actores y poetas criticando decisiones de gobierno como si fueran expertos en los temas. No comprendo por qué tener pericia para esculpir un mármol o para plasmar un óleo sobre un lienzo habilita también al sujeto a vociferar contra el sistema económico y político.” ¡¿Pero qué está diciendo?!

Cuando lo leí, igual que algunos otros, hasta pensé que era una broma. ¿Quién puede pensar así? No sólo los novelistas, cineastas, pintores, escultores, actores y poetas pueden (y DEBEN) criticar las decisiones de nuestro gobierno en una “democracia”, sino también los periodistas, los académicos, los estudiantes, los empresarios, los médicos, las enfermeras, los blogueros, los cajeros del oxxo, las amas de casa, los “viene-viene”. TODOS. Aunque sí, es claro que la voz de la mayoría de ellos no tienen ni una milésima parte de la atención con la que cuenta hoy Alfonso Cuarón, una de las 100 personas más influyentes del mundo según la revista Time.

Presidencia publicó las esperadas respuestas a las 10 preguntas de Cuarón varias horas después, solo para despertar más interrogantes y dejar en manifiesto lo débil e inmadura que se encuentra esta reforma. Fue entonces cuando Alfonso tuvo la “insolencia” de enviar una segunda carta a Peña Nieto para invitar al debate público.

¡Jesucristo vencedor, aplaca tu ira y tu rigor! ¡¿Pero cómo se atreve?! Y así las voces en contra se multiplicaron y el efecto Carlos Cannabis se contagió como gripe en un salón de primaria. “¿Pero qué anda opinando este señor sobre hidrocarburos, si ni experto es? ¿Apoco nomás porque hace películas? ¿Y por qué a él si le contesta el presidente? ¿Debates, para qué, si ya hubo? ¡Además ni vive en el país, pa’ qué le hace a la…!”.

¡¿Es en serio?! Varios de los que hoy dicen esto son los mismos que casi lloraron cuando Cuarón no mencionó a México al ganar el Óscar. Pero ahora que nos demuestra lo mucho que le interesa nuestro país (su país), le decimos: “No, siempre ya no te queremos, ya no eres mexicano, tú vives en Londres”. De verdad no puedo creerlo.

Ese debate que propone Cuarón no es nada parecido a lo que se ha hecho hasta ahora sobre la reforma energética. ¿O no le entendieron? ¡Quizás debería empezar por explicarles “Gravity”! (pensando que, posiblemente, Alfonso tiene un severo problema para comunicar). ¿En verdad hubiéramos preferido que Cuarón nunca hubiera hecho estas preguntas? No importa si el señor es cineasta, si las preguntas las hubiera hecho cualquier otro mexicano destacado (aunque no tuviera relación alguna con la industria petrolera) se agradece. Poner estos temas sobre la mesa para su discusión pública es siempre muy valioso. Esta vez Cuarón fue ese ciudadano responsable, pero en lugar de darle las gracias, lo queremos echar abajo con un simple y burdo: “¿Y tú por qué te metes?”

El cine en nuestro país, lamentablemente, también es política. Pero de eso ya hablaremos después, y en repetidas ocasiones.

Columna para Guanajuato Informa

miércoles, 7 de mayo de 2014

COLUMNA: La vocación del cine


Alrededor de nosotros todo se mueve. El planeta en el que vivimos y el universo al que pertenece están en constante movimiento. Es por eso que, desde que el hombre prehistórico pudo plasmar en las paredes de una caverna sus hazañas, las imágenes presentaron una “intención cinemática”. Buscamos desde hace mucho tiempo representar ese movimiento en nuestras manifestaciones artísticas: la pintura, la escultura, el grabado.

Muchos años después, cuando los hermanos Lumière finalmente presentan en Paris el cinematógrafo (el 28 de diciembre de 1895), el sueño se cumplió. Imágenes capturadas de la realidad cobraban vida sobre un lienzo blanco, ¡se movían!

Quizás el primer spoiler de la historia del cine lo encontramos en el título de la primera película de estos realizadores: “La salida de los obreros de la fábrica”, con duración de 45 segundos, en la que ocurre… justamente eso. Pero no es un registro cualquiera, no se trata de una pieza documental, sino de una representación: una puesta en escena.

Los obreros salen ordenados, usando sus mejores ropas, conscientes de la presencia de la cámara. Otro famoso título-spoiler, “La llegada del tren a la estación”, dio lugar a una de las más icónicas (y divertidas) anécdotas de los orígenes del cine: el público que corrió asustado cuando vio el tren acercarse.

El cinematógrafo se popularizó rápidamente, todos querían ir a sorprenderse con el nuevo gran invento. En esta primera etapa el cine era principalmente una atracción de carnaval. Su origen es 100% popular: un espectáculo. La idea del cine como arte vino después y su concepción tiene una base esencialmente elitista: los burgueses pedían ver cine (otro cine) en los teatros, no en las ferias, no con el proletariado.

Desde su génesis y hasta la actualidad, el cine ha sido dividido en dos conceptos aparentemente opuestos: el llamado “cine de arte” frente al “cine comercial”. El público suele identificarse con uno de ellos denostando automáticamente el otro. De arte: “¡Aburrido!”; comercial: “¡Basura!”. No bastando con esto, la nociva obsesión que tenemos los humanos por clasificar le ha traído al cine un montón de apellidos más: de autor, de género, de culto, de vanguardia, independiente, serie B, experimental… etcétera.

Quizás lo único que hay que entender es que el cine son, en realidad, muchos cines.

Cada uno con sus propias ambiciones y cualidades. Persistiendo con esta idea de catalogar, hay quienes de forma más optimista dicen que sólo existen buenas películas y malas películas. El hoy famosísimo y multipremiado Alfonso Cuarón marca una diferencia entre las que son “simples películas” y lo que es “verdadero cine”. Pasolini habla del “cine de prosa” y el “cine de poesía”. Bresson defiende al “cinematógrafo” sobre el “cine” (al que considera simple teatro fotografiado). Y así nos acercamos a otra discusión que suele ponerse intensa y que revive constantemente porque nunca habrá consenso: el lugar de la narrativa en el cine… En fin, ¡no acabaríamos!

En un atrevido intento por plantear una conclusión, creo que todo radica en la HONESTIDAD. Sí, suena terriblemente cursi, pero de verdad lo pienso así. Cualquier película concebida y realizada honestamente, será siempre una gran película.

“Artística” o “palomera”, da igual. Después de todo, la única vocación real del cine es mostrar imágenes en movimiento.

Columna para Guanajuato Informa