Páginas

martes, 28 de julio de 2015

¿De dónde vienen las ideas?


¿Qué es una idea? Creo que nadie lo sabe a ciencia cierta. Al parecer una idea lo es todo, pero a la vez no es nada, absolutamente nada. Sin embargo los guionistas gastamos buena parte de nuestro tiempo buscando ideas, porque las necesitamos, porque son materia prima de nuestro trabajo. Pero, ¿de dónde es que vienen? Si acaso existe algún lugar misterioso en el que habitan, celosamente resguardadas y al que muy pocos tienen acceso, ¿dónde está? ¿quién o quiénes tienen las llaves?

La inspiración, ese estado de éxtasis en el que supuestamente logramos alcanzar el reino de las ideas (supraconciencia) y traerlas con nosotros al espacio de trabajo (conciencia), nunca completas, nunca puras; es cada vez más difícil de encontrar. La famosa visita de la musa. Sobre cómo alimentar a nuestra musa para tenerla a nuestro lado más tiempo, Ray Bradbury dice: “Los que más se esfuerzan acaban ahuyentándola al bosque. Los que le vuelven la espalda y se pasean despreocupados, silbando bajito entre dientes, la oyen andar tras ellos con cautela, atraída por un desdén cuidadosamente adquirido.”[1]

Podemos pasar horas leyendo, caminando en círculos, sentados en el escritorio con lápiz en mano (¿aún hay lápices?) esperando que alguna buena idea aparezca de pronto y nos deje iniciar o continuar con nuestro trabajo, pero muy pocas veces tenemos éxito. En cambio, todos hemos experimentado aquéllos episodios en los que una aparente tormenta de ideas nos golpea mientras viajamos apretujados en el metro, o cuando estamos en la regadera, a punto de cruzar una avenida, en medio de una charla aburrida, o esperando bajo el toldo de algún negocio del centro a que pare la lluvia.

Esos episodios de supuesta "iluminación", que también suelen ocurrir a mitad de la madrugada y nos tienen garabateando en la oscuridad en algún cuadernito que encontramos junto a la cama, muchas veces son un auto-engaño. Como nos contó una vez alguien en la escuela, al día siguiente es común encontrar que estas maravillosas notas nocturnas apenas dicen: “Chico conoce a chica”. No nos sirven de mucho. Hay que aceptar que nuestras libretas y notas de la computadora están principalmente llenas de “ideas” vacías, sin potencial.

Todo, dicen, empieza por una idea; pero una idea es algo tan abstracto que en realidad no cuenta. No se registran ideas en Derechos de Autor, por ejemplo, porque una idea no es una OBRA. No podemos hacer una película sólo con una idea (buena, mala o regular).

Después de la –milagrosa– manifestación de la idea, debemos emprender un largo y complicado camino en el que el primer paso es identificar si ésta puede o no ser una película. A lo mejor pide ser un cuento, o una canción, o una pintura… o nada, si insisto con mi pesimismo. Las ideas NO SON HISTORIAS. Las ideas NO SON PELÍCULAS.

Lo cierto es que ese espacio único en el que habitan las ideas no existe en lo absoluto. Podemos encontrarlas en todos lados porque están en todos lados, pero están ocultas, tenemos que aprender a identificarlas, a leerlas. ¿Y cómo hacerlo? Pues como dice Bradbury: alimentando a la musa. Alimentándola diariamente con todas esas obras en las cuales podemos rastrear la idea primigenia que las trajo a la vida. TODAS la tienen, porque todas partieron de ahí.

En México, a diferencia de Estados Unidos, en el cine aún podemos encontrarnos con ideas “originales”, que no parten de bestsellers, remakes, reboots, secuelas o precuelas. Aquí seguimos a la espera de esa “gran idea”. Por eso nuestra tarea es estar atentos siempre, pues no sabemos de dónde puedan venir, incluso sin que éstas sean invocadas. Pero si es necesario ir a buscarlas porque ya no tenemos tiempo, hay que caminar directo a donde está lo que necesitamos. Tener una ruta trazada y viajar con brújula.

Lo primero es un punto de partida…

¿De dónde partir?

De una IMAGEN
Algo que vimos a través de la ventana de nuestra habitación, o en un cuadro, o en una fotografía, o en un videoclip... Una imagen a la que le daremos sentido después, cuando sea momento de encontrar la historia.

De una EMOCIÓN
Algo que sentimos con fuerza desde las entrañas y que queremos transmitir, primero a la obra, y después la obra al público.

De un TEMA
Porque nos interesa hablar de él. Puede ser tan ambiguo como “la soledad”, o tan concreto como “las desapariciones forzadas en Guerrero”.

De un ¿Y SI…?
Echando a volar la imaginación, buscando las posibilidades en donde queramos, planteando una tesis: “Y si un hombre que nunca conoció a su padre descubre…” “Y si un niño introvertido se encuentra con…”

De un ¿Y SI MEJOR…?
Cuando vemos una película o leemos una novela y el planteamiento original “¿Y si…?” se va por un lado inesperado y creemos que hay otro camino que puede ofrecer mejores ­­­–o por lo menos diferentes– posibilidades.

De un RECUERDO
Escarbando en el terreno de la memoria (subconciencia), en ese pasado que nos ha edificado como personas, que nos tiene hoy aquí, escribiendo.

De una ANÉCDOTA
Algo que nos ocurrió, que le ocurrió a un amigo, que le ocurrió al vecino, que le ocurrió al taxista.


El chispazo de la idea se esfuma muy pronto, por lo que es necesario materializarla de inmediato y dejarla enfriar. Ya después, cuando podamos apreciarla desde afuera, sabremos si tenemos frente a nosotros la semilla de una historia. Si descubrimos que no, hay que volver a intentarlo… y cuanto antes, MEJOR.

_______________
[1] Bradbury, Ray “Zen en el arte de escribir”. Ediciones Minotauro, 1995.


Columna para Plot Point.

No hay comentarios:

Publicar un comentario